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domingo, 7 de octubre de 2018

Mi cuerpo es una celda -Libro- (2008)

El siguiente texto, más que un análisis o crítica sobre el libro en cuestión, contiene una serie de comentarios o reflexiones tras su lectura. ‘Mi cuerpo es una celda’ es un registro documental de una vida, y yo no soy nadie para juzgar la existencia de otro mortal. No obstante, sí considero necesario exaltar y referenciar aquellos temas que caracterizaron y convirtieron en culto al autor a tratar; temas que, claro está, se manifiestan a partir de sus propias acciones.


He aquí una autobiografía no deliberada de uno de los intelectuales más célebres del país.

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Decidí acercarme a este texto porque Andrés Caicedo siempre ha sido un icono pop vacío dentro de mi cabeza. Más allá de su nombre, su esquelética silueta, su abrupto desenlace y el título de sus relatos, no tenía ni la menor idea de qué lo hacía tan llamativo y valioso dentro de la literatura colombiana.


¿Por qué elegir su autobiografía en lugar de zambullirme directamente a sus cuentos o a su obra más conocida: ¡Qué viva la música!? Bueno, tenía ante mí un boleto directo a su cabeza, a sus disquisiciones más densas, ¿cómo denegarme a un encuentro tan íntimo con un autor? No está de más decir que buscaba un contacto con la depresión en plena ebullición, manifestada a través de escritos…

¡Oh sorpresa!, Caicedo es/era un suicida. El plato estaba servido, no veía mejor opción.
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Estructura (o la magia de las misivas):

Ahora, ¿autobiografía no deliberada?, ¿cómo es eso?

Este libro es un compilado de epístolas escritas por Caicedo a sus cercanos, amigos y familiares entre su adolescencia y últimos días (incluyendo un mensaje garabateado horas antes de su suicidio). Alberto Fuguet, editor de este volumen, realizó un rastreo sorprendente de estas cartas (también escritos sueltos) y dio orden al caos de ideas que rebotaban por la cabeza del autor vallecaucano. Al mismo tiempo, traza una línea cronológica sobre los sentimientos de Caicedo en distintos puntos de su vida,  bosquejando de a poco ese agujero negro existencialista que terminó por arrastrarlo en una espiral descendente de autodestrucción.

Encuentro increíblemente mágica esta reconstrucción de vida a través de misivas, de aquellas palabras tan llenas de carga emocional que Andrés compartió. Creo que es un perfecto ejemplo de la trascendencia de una persona en el espacio, en el tiempo y en los destinatarios de su correspondencia.

Hablamos de una época, además, donde había todo un ritual alrededor de la escritura de cartas: la redacción (ya fuera a mano o a máquina), el desplazamiento hasta la casilla de correo, el tiempo de espera antes de la entrega y la respuesta. Todas estas, prácticas que hoy se han visto simplificadas y desvirtuadas gracias a los distintos canales de chat. Hoy, ya no debes esperar semanas o meses a que tu interlocutor responda, la inmediatez ocasionó que la frivolización en las conversaciones no presenciales aterrizara.

Las implicaciones éticas de divulgar correspondencia privada salen a la luz. Si bien el propio Andrés reconocía que parte de lo mejor de su trabajo radicaba en sus cartas, y si bien ya ha pasado bastante tiempo desde que las rubricó por vez primera, ¿hasta qué punto el escritor se sentiría incómodo de que sus sentimientos más desbocados y de que sus lucubraciones más desequilibradas se compartiesen abiertamente? Esto también nos invita a pensar, ¿cómo nos sentiríamos de que a futuro nuestras conversaciones vía msn fuesen divulgadas? 

Cinesífilis:

A la hora de mencionar cinefilia en el ámbito colombiano, Caicedo siempre caía en la ecuación. Como alguien que también se considera amante incondicional del 7° arte, mayor intriga no podía sentir ante un ser como él, sobre todo si tenía en cuenta que hablábamos de una cinefilia ya añeja – ‘old school’ (de 1977 hacia atrás)… una que se forjaba pura y obligadamente por la asistencia constante al teatro a falta de formatos de vídeo casero o el streaming.

Y no solo eso, Caicedo engulló un cine que aún no se había configurado con la lógica del blockbuster que aún hoy es vigente (grandes estrenos del verano con mucha pirotecnia, estelares cotizados e “historias para todo público”). Las películas que presenció si bien no dejaban de ser un espectáculo de masas, obedecían a otra lógica de consumo y no estaban influenciadas por los trabajos de Spielberg o Lucas, quienes apenas estaban iniciando su carrera y no habían alcanzado los booms apoteósicos que representaron E.T. o Star Wars. En su lugar, el western y sus derivados (crepuscular y espagueti) fueron los géneros que inundaban la cartelera convencional. “Entonces, ¿en qué otras propuestas se refugiaba este hombre sediento de fotogramas?” Esa era una de mis dudas internas.


Hallé a un enfermo por el cine, alguien que dentro de su dieta alimenticia y cultural no podía concebir la ausencia de películas… que se deleitaba regándose en prosa sobre aquellos filmes que le inficionaban. Dentro de sus análisis, removía los órganos aún palpitantes de la cinta en cuestión, auscultando aquellos elementos del montaje, la fotografía o el guión que le generaban interés casi neurótico… situación que sorprende y maravilla, porque hablamos de alguien cuyo conocimiento brotó del acercamiento práctico al celuloide: empirismo.

La fiebre de Caicedo por el cine no paraba de ganar grados, acto que le llevó incluso a participar activamente de la realización audiovisual, registrando en el proceso un cortometraje lastimosamente nunca terminado.

Con tanto metraje entre los dientes, resultó imposible no apuntar, a modo de recomendaciones implícitas, algunos títulos que me llamaron en exceso la atención. Entre ellos están Lilith, Loves of a blonde, Pat Garrett & Billy the Kid, Dirty Harry, The ladies man, American Graffiti (un George Lucas mozo, antes de Indiana Jones y Star Wars), The Story of Adele H. También algunas producciones de Peckinpah y Friedkin.

Niveles de empatía e identificación no tardaron en aparecer ante alguien que veía al cine como más que un entretenimiento estático, como alguien que estaba ansioso por aprender y por entregarle todo a esta manifestación artística.

"Porque vaya uno a querer precisar cómo funciona la naturaleza humana del cinéfilo. Tal parece que somos unas personas melancólicas y enfermizas, de una memoria fabulosa. Que cada quien duerme para el mismo lado que se hace en el teatro (...) El cine es el único arte que ofrece la oportunidad (maravillosa) de poder saberlo todo. Es un arte nuevo (...) Yo no tengo nada que perder mientras más inmerso esté en esa oscuridad y esta luz en movimiento que es el cine. Pero quiero saberlo todo".


Caicedo como mito, Andrés como persona:

¿Es tan grande este autor como todos exclaman? Bueno, todavía no me acerco a sus obras más destacadas, así que no deja de ser algo pronto el juzgarle. A pesar de ello, siento que se ha creado alrededor de él un aura que le endiosa más de lo que debería.

Caicedo es un escritor y un icono que logró trascender porque representa al adolescente incomprendido (y en cierto sentido único y diferente); a aquella chica o chico que busca su voz, identidad y un espacio dentro de una sociedad en la que no se siente muy cómod@ que digamos. A todo esto adiciónesele ese componente depresivo/autodestructivo y esa inquietud por las artes para generar un clic instantáneo. El escritor valluno es un “mártir”, un héroe caído en batalla (murió a los 25 años), un alma atormentada de esas que tanta intriga generan; además, fue el primero en ser proclamado por ello.

Andrés, por su parte, fue un ser triste, que aún con ayuda no pudo escapar de sus demonios, ni de esa sensación de vacío en el pecho que terminó por absorberlo. Más que paradójico resulta contemplar cómo este ser se calificaba como asexual, no obstante ansiaba un contacto físico que en verdad le removiera las lánguidas fibras; odiaba el ajetreo que conllevaba las relaciones interpersonales (su tartamudez y timidez le amarraban la garganta), pero deseaba al unísono abandonar la soledad. El exceso con las drogas, su aislamiento y una relación amorosa dependiente y tóxica, fueron un aliciente extra para que la noche del 4 de marzo de 1977 ingiriera 60 pastillas Seconales que marcaron los créditos de scroll de su existencia.


Mi cuerpo es una celda es un documento increíblemente personal, atrayente y hasta, ¿por qué no?, estancado, como múltiples periodos de la vida misma. Agrupa todo el desorden emocional y mental de una persona, los hace legibles y los encamina sistemáticamente hasta llevarnos a una fatalidad ineludible. No me cabe la menor duda de que esta es una forma bastante práctica de acercarse al escritor de turno y de entenderle mejor como artista, y como hombre adicto por el cine. Ávido estoy por acercarme más a su bibliografía.  

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