domingo, 15 de abril de 2018

The Walking Dead (Temporada 2)


La segunda temporada da pie con desasosiego de por medio: un destino que se ve truncado por una procesión de caminantes y el extravío de la segunda integrante más pequeña del grupo.



A partir de aquí la serie se ajusta campantemente a un ritmo parsimonioso, que no se apura en absoluto para hacer avanzar la trama con eventos demasiado dramáticos. ¡Qué tanta charla puede desesperar al espectador más interesado en lo trepidante y genérico, pero que es un mecanismo pragmático a la hora de buscar una evolución de los personajes y un desarrollo en sus relaciones! 

De ahí que ahora  se anime a hablar de la cabida de la religión en un mundo que se ha vuelto antropocéntrico, del peso del liderazgo, de los límites de la humanidad, de los peligros de quedar encinta durante un apocalipsis de este estilo. (Sí, en el pasado ya habíamos visto muchas embarazadas en medio de una crisis pandémica de este porte, pero creo que el gran matiz está en que aquellas grávidas ya tenían varios meses de gestación).

Todo va lento pero bien hasta el capítulo 7, que culmina con un golpe dramático algo devastador bien asestado al público y los actantes. Es a partir de aquí donde el programa comienza a "pelar el cobre"…

Los guionistas se dieron cuenta que lo que habían escrito, aún con todo lo que se había alargado, no daba para cumplir con el contrato con la Fox de 13 episodios para esta temporada. Entonces, su decisión no fue otra que sacar por la fuerza nuevas situaciones dramáticas y estirar las que ya tenían. Tienen hasta los santos cojones de implementar giros de tuerca que no van a ningún sitio, como el accidente en auto de Lori que no tiene repercusión alguna, y que termina viéndose como un penoso movimiento para llamar la atención solo digno de una mala telenovela mexicana.


La serie no se desboca del todo; nuevos temas comienzan a ser tratados tras el capítulo 8. Como la carga de la infección y su peligro latente, la mirada del integrante más pequeño del grupo como un polo a tierra de moralidad, la sugerencia de un posible conflicto con otras manadas de sobrevivientes, y hasta la necesidad de instaurar un sistema judicial para castigar a prisioneros. El problema que subyace en estos nuevos tópicos, es que para llegar a ellos y plantearlos, se fragmenta la coherencia argumental y la psicología de algunos personajes.

No puedes poner a Rick como un gatillo alegre y con la sangré helada dando muerte a 2 tipos potencialmente peligrosos en una cantina destartalada, al mejor estilo del viejo oeste, para 2 capítulos más tarde hacer que diga: “¡Eh! Que matar a una persona no puede ser tan fácil”. ¿QUÉ CARAJOS? Y este diálogo se agrava todavía más, porque cuando lo prorrumpe defiende el derecho a la vida de Randal, una amenaza evidente por donde se mirase.

Y tampoco pueden pretender que tome como algo rutinario el ver a Shane entrando y compartiendo tan tranquilamente en la casa de Hershel, sobre todo cuando tenemos en cuenta que sus actos impulsivos representan la MADRE DE LA INSOLENCIA. Joder, que al tipo por tal falta de respeto en su propiedad –como mínimo- ni siquiera deberían dirigirle la palabra. ¿Dónde está la barrera conductual de parte de los Greene a la hora de tratar con él?



The Walking Dead se desarrolla en un contexto crudo, con situaciones al límite que, por lógica, deberían llevar a los personajes al filo del extremismo en la manifestación de sus acciones y sentimientos; sin embargo los escritores no juegan bien estos puntos álgidos en la psicología de sus personajes, les contradicen a necesidad y alargue del guión. Algo que desmotiva bastante frente a la serie y desconecta del mundo en el que bien se nos había sumergido en la primera temporada.

En definitiva, la calidad bajó considerablemente frente a los primeros 6 episodios, pasando a hacer un producto aceptable con reparos. Esta segunda temporada ya deja aventurar malas prácticas desde la producción a largo plazo, y el recelo frente los 16 capítulos siguientes no podría verse más crítico.