sábado, 19 de mayo de 2018

La Naranja Mecánica -Libro- (1962)




La naranja mecánica es un libro increíblemente sencillo respecto a su construcción, aunque pueda llegar a pensarse lo opuesto. Una vez superadas las barreras idiomáticas que el Nadsat (un idioma inventado por el autor que mezcla ruso y otras lenguas eslavas) puede llegar a provocar; el libro se vuelve increíblemente ágil. Esto porque (1) nos metemos en el juego narrativo y de redacción de Burgess, que está pensado en ser dinámico y hasta infantil: con pocas descripciones, mucha asociación conceptual y hasta onomatopeyas. Y (2) porque nos sentimos integrados al mundo y a la cabeza de Alex. Somos ahora uno de sus drugos, listos para impartir con él una serie de tolchocos bien joroschós y ver cómo el crobo rojo rojo entinta los bordillos de las veredas (un poco de la vieja ultraviolencia).

Ahora, entender el Nadsat tampoco es ciencia de cohetes. Muchas de las ediciones (como la mía) traen al final un más que práctico glosario Nadsat-Español; tarde que temprano, con la continua revisión de términos, los acabarás memorizando. Sí, al principio puede ser molesto interrumpir la lectura cada 3 renglones para dirigirse a la tabla de palabras, pero es cuestión de acostumbrarse.

También está el segundo camino, y es simplemente utilizar lógica inductiva para con los términos que aparecen… llenar el espacio mental con lo que creamos se adapta mejor al contexto. Puede parecer una opción más perezosa e impráctica, pero a fin de cuentas Burgess siempre pensó en esta lectura como un curso básico de ruso, llegando a incorporar el glosario muchísimo tiempo después de su publicación original. El leyente simplemente tiene la opción de elegir, y bueno ¿qué esa no es precisamente la temática del libro?

Cuando el escritor se refiere a una “naranja mecánica”, un sinsentido natural, habla de cómo lo orgánico termina siendo condicionado a trabajar como un autómata. Cuando Alex recibe el Tratamiento Ludovico, se anula su capacidad de decisión, su libre albedrío… el malestar que le genera la posibilidad de ser violento le lleva siempre a poner la otra mejilla, y a un extremo terrible, porque también anula cualquier capacidad de defensa, autoprotección y sentido de supervivencia. Es curioso porque, si nos ponemos a pensar, en esencia, el castigo primordial de las cárceles radica en apartar de la libertad al infractor; con esta nueva técnica de lavado de cerebro y represión conductual, se priva de la libertad al recluso fuera de los muros (en su vida en general, a domicilio prácticamente): es el equivalente a seguir cargando con un grillete a perpetuidad. Lo que Burgess nos quiere dar a entender con su obra, al menos a modo de mensaje principal, es que es la autonomía de escoger la que nos hace personas, independientemente qué tan moral o éticamente correcta sea la decisión. 

Por supuesto, hay otra serie de temas que aborda. Y entre la violencia como mecanismo catártico, la sociedad sucumbida por el vandalismo y un gobierno autoritario, quisiera destacar la visión que se le da a las sociedades correctivas y penitenciarias. El libro nos incita a pensar en...

  1. ¿En verdad estos establecimientos ayudan en algo a los delincuentes? O simplemente dado el pésimo sistema judicial y el hacinamiento bestial, no hacen más que afianzar y provocar más ilegalidad al poner un montón de huevos podridos en la misma cesta.
  2. También está el asunto de la responsabilidad de estas jaulas de concreto y barrotes. Todo el asunto de la Técnica de Ludovico… um… sí, a nivel de castigo es más que funcional, pero no solamente se compromete la integridad humana del recluso, sino que ignora las represalias del mundo real, que por supuesto, no ha dejado de ser hostil durante el tiempo que el prisionero lleva encerrado. Y el hecho de que el tratamiento sea tan exprés, no da tiempo para que las victimas sanen, lo que las hace potenciales victimarios con deseo de venganza, una vez se dan cuenta que el delincuente que les arruinó la vida o hizo de las suyas, está “en libertad” en tan corto periodo. 
  3. Ligado al punto previo, ¿en serio el papel de las cárceles se queda en castigar y reprimir? ¿No debería existir un esfuerzo por hacer al pobre diablo que va a parar allí una mejor persona?

Todo este asunto del castigo, las represalias y el arrepentimiento se ven proyectados en los 2 finales de la novela. El de la versión incompleta, el estadounidense que también pudimos ver en la adaptación de Kubrick, es nihilista, cruel y amargo. Alex en realidad nunca cambió, y la suerte ha tenido la condescendencia de jugarle a favor, adora la violencia y el ultraje al prójimo, y no siente contrición por ello. Simplemente no existe la posibilidad de un cambio en Alex, porque su necesidad de destrucción le impide tan siquiera contemplarlo.

El final original, el de la versión internacional y el preferido por Burgess, es muchísimo más esperanzador y maduro (tener en cuenta que por algo pasa en el capítulo 21; número que representa la mayoría de edad), habla sobre la pérdida del interés por la destrucción y el daño, y por reencausar la vida en otras necesidades. Alex tiene un cambio porque así lo ha decidido.




Entiendo que el autor prefiera su final al de Kubrick, porque entiendo que de esta forma contempla su trabajo más completo y sólido, y no como una alegoría sobre el mal intrínseco que habita en todos. Asumo que para Burgess contemplar el final de Alex libre de alteraciones, tras todo el viaje, es una pérdida de tiempo, y un festival de morbo en el que no se reflexiona sobre nada. No obstante, estoy seguro que a Kubrick le habría encantado adaptar aquel último traspiés en la vida de Alex… claro, si hubiese sabido en su día de su existencia. En defensa de la película solo puedo decir que las narraciones no deben estar obligadas a presentar sí o sí una enseñanza, a veces es bueno simplemente hallar un retrato crudo sobre la esencia humana.  

Entonces, objetivamente: ¿Cuál final es mejor? Ambos me parecen increíblemente válidos, y siento que dependiendo el momento de la vida en el que sean leídos, habrá una propensión de uno sobre el otro.




Hablemos de Alex, la naranja que termina siendo exprimida y a la que a partir del tratamiento Ludovico llenan de engranajes y remaches para que su conducta nunca se descarrile de lo “bien visto”. El autor ha consagrado en su mundo retorcido y distópico a un monstruo que a pesar de lo caricaturesco que a primera impresión pueda plantearse, es terriblemente real. Alex, más que un ser humano, es un ente que conscientemente se ha desbocado al polo extremo de la violencia, y su sed de crueldad, indolencia, falta de compasión le hacen extralimitarse cada vez más. Alex es ese demonio que toma lo que desea porque puede y quiere, aprovechándose de paso de un sistema judicial defectuoso, que burla de tanto en tanto y lo tuerce a su favor implícitamente o no.

Lo que me parece interesante de este ser, es que, conceptualmente (porque evidentemente todos sus actos de violencia son asquerosos, censurables y repudiables), es muy cautivador. Nuestro drugo es para el lector una representación de la deshinibición absoluta en el EGO freudiano, de un animal que descarta cualquier rasgo del contrato social y cualquier preocupación por el otro, sobre todo cuando está en competencia con el bienestar o placer propio. Alex no tiene un punto de no retorno, no tiene límites, es para el autor y el lector toda una forma de hacer catarsis y entregarse al morbo, a la canalización de toda esa energía juvenil a través de actos vandálicos, anarquistas y destructivos sin detenerse ni un segundo a reflexionar o premeditar las posibles consecuencias. 

¡Vamos, que tú también lo has sentido alguna vez en la vida! El deseo de destruir y pasar por encima de quien sea. Toda esta sensación, en sí misma, siento que ya hace valiosa en cierta medida la lectura de este libro, aclarando en el camino, que a pesar de lo que se pueda pensar, no es que Burgess haga exaltación o incitación absoluta a la delincuencia desmedida en la vida real. Si se tiene en cuenta todas las cavilaciones nos damos cuenta que es todo lo contrario y que la novela encierra una reflexión muy moralista  sobre el mal camino, y sobre como el cambiar es crecer y el decidir por cuenta propia es lo que nos hace humanos. Pero ya saben lo que dicen, no se puede criticar y hablar de violencia sin terminar por hacer un poco de apología a la misma.

“Parece mojigato e ingenuo negar que mi intención al escribir la novela era excitar las peores inclinaciones de mis lectores. Mi saludable herencia de pecado original se exterioriza en el libro y disfruto violando y destruyendo por poderes. Es  la cobardía innata del novelista, que delega en personajes imaginarios los pecados que él tiene la prudencia de no cometer” (Anthony Burgess, noviembre 1986).


La naranja mecánica es un tratado sobre la violencia y la correctividad aplicada a esta, es una revisión antropológica sobre la sensibilidad y la compasión. Es una historia moralista con estilo propio, pero que desde la distancia puedo decir que no es para tanto. Si esta novela alcanzó el renombre que hoy en día porta es gracias a su respectiva adaptación al cine, que también desborda de una estilografía autoral y magistral. 

Supongo que las imágenes se recuerdan más que las palabras.



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