La segunda temporada da pie con
desasosiego de por medio: un destino que se ve truncado por una procesión de
caminantes y el extravío de la segunda integrante más pequeña del grupo.
A partir de aquí la serie se ajusta
campantemente a un ritmo parsimonioso, que no se apura en absoluto para hacer
avanzar la trama con eventos demasiado dramáticos. ¡Qué tanta charla puede
desesperar al espectador más interesado en lo trepidante y genérico, pero que
es un mecanismo pragmático a la hora de buscar una evolución de los personajes
y un desarrollo en sus relaciones!
De ahí que ahora se anime a hablar de la cabida de la religión
en un mundo que se ha vuelto antropocéntrico, del peso del liderazgo, de los
límites de la humanidad, de los peligros de quedar encinta durante un
apocalipsis de este estilo. (Sí, en el pasado ya habíamos visto muchas embarazadas en medio de una
crisis pandémica de este porte, pero creo que el gran matiz está en que
aquellas grávidas ya tenían varios meses de gestación).
Todo va lento pero bien hasta el
capítulo 7, que culmina con un golpe dramático algo devastador bien asestado al
público y los actantes. Es a partir de aquí donde el programa comienza a "pelar
el cobre"…
Los guionistas se dieron cuenta que
lo que habían escrito, aún con todo lo que se había alargado, no daba para
cumplir con el contrato con la Fox de 13 episodios para esta temporada.
Entonces, su decisión no fue otra que sacar por la fuerza nuevas situaciones
dramáticas y estirar las que ya tenían. Tienen hasta los santos cojones de
implementar giros de tuerca que no van a ningún sitio, como el accidente en
auto de Lori que no tiene repercusión alguna, y que termina viéndose como un
penoso movimiento para llamar la atención solo digno de una mala telenovela
mexicana.
La serie no se desboca del todo;
nuevos temas comienzan a ser tratados tras el capítulo 8. Como la carga de la
infección y su peligro latente, la mirada del integrante más pequeño del grupo
como un polo a tierra de moralidad, la sugerencia de un posible conflicto con
otras manadas de sobrevivientes, y hasta la necesidad de instaurar un sistema judicial para castigar a prisioneros. El
problema que subyace en estos nuevos tópicos, es que para llegar a ellos y
plantearlos, se fragmenta la coherencia argumental y la psicología de algunos
personajes.
No puedes poner a Rick como un
gatillo alegre y con la sangré helada dando muerte a 2 tipos potencialmente
peligrosos en una cantina destartalada, al mejor estilo del viejo oeste, para 2
capítulos más tarde hacer que diga: “¡Eh! Que matar a una persona no puede ser
tan fácil”. ¿QUÉ CARAJOS? Y este diálogo se agrava todavía más, porque cuando
lo prorrumpe defiende el derecho a la vida de Randal, una amenaza evidente por
donde se mirase.
Y tampoco pueden pretender que tome
como algo rutinario el ver a Shane entrando y compartiendo tan tranquilamente
en la casa de Hershel, sobre todo cuando tenemos en cuenta que sus actos
impulsivos representan la MADRE DE LA INSOLENCIA. Joder, que al tipo por tal
falta de respeto en su propiedad –como mínimo- ni siquiera deberían dirigirle
la palabra. ¿Dónde está la barrera conductual de parte de los Greene a la hora
de tratar con él?
The Walking Dead se desarrolla en
un contexto crudo, con situaciones al límite que, por lógica, deberían llevar a
los personajes al filo del extremismo en la manifestación de sus acciones y
sentimientos; sin embargo los escritores no juegan bien estos puntos álgidos en
la psicología de sus personajes, les contradicen a necesidad y alargue del
guión. Algo que desmotiva bastante frente a la serie y desconecta del mundo en
el que bien se nos había sumergido en la primera temporada.
En definitiva, la calidad bajó
considerablemente frente a los primeros 6 episodios, pasando a hacer un
producto aceptable con reparos. Esta
segunda temporada ya deja aventurar malas prácticas desde la producción a largo
plazo, y el recelo frente los 16 capítulos siguientes no podría verse más
crítico.